Años después

Colectivo La Alhóndiga-Sector III

© Del texto:
Rosa Muñiz, 2021,
miembro de los talleres de escritura creativa La Alhóndiga y Sector III,
dirigidos por Ángeles González y Mercedes Almorox
Relato
© de esta edición digital:
Líbere Letras, 2021
Asociación Líbere, Educación y Desarrollo,
bajo licencia CC-BY-NC-SA
© de la imagen:
Cottonbro, en Pexels, 2021
Diseño web:
Eduardo Gayo López


Hoy, 15 de marzo del 2030, mi nieto de 11 años está en mi casa convaleciente de una operación. Es un niño precioso y muy inquieto. Al no poder salir, me dice que le cuente una historia de héroes, y yo, a mis 78 años, tengo historias para dar y regalar.

Y le empiezo a contar una historia de héroes reales de carne y hueso que pasó hace muchos años, cuando subieron las temperaturas como nunca antes, los mares escupían envases y bolsas de plástico y morían cientos y cientos de peces a consecuencia de tanta basura que arrojábamos en los ríos.

Cada vez había más incendios en nuestro país y fuera de nuestras fronteras. Lluvias torrenciales, ríos desbordados que arrasaban con casas y bosques, y mucha gente que no solo perdía a seres queridos, sino que quedaban sin nada.

En el 2020 hubo, además, una pandemia que había empezado en China. Y en pocos días empezaron los contagios por todo el mundo. Se arrasaron los supermercados como si no hubiera un mañana, a causa del pánico y el temor a lo que pudiera venir. En los hospitales ingresaban personas las 24 horas colapsando en poco tiempo todas las plantas y urgencias de todos los hospitales de nuestra ciudad.

Prohibieron las visitas a los enfermos en hospitales y residencias de ancianos, pues eran los más vulnerables al virus. Los ancianos más mayores no lo entendían, se sentían tristes pensando que sus familiares los habían abandonado. Aquel virus se creía el rey de todos los virus, no respetaba a nadie. Se llevaba a ancianos, a jóvenes y hasta a los gigantes más valientes, llamados médicos, enfermeras y cuidadores, los héroes de esta historia.

Le teníamos tanto miedo que nos prohibieron a todo el país salir de casa, tocarnos, besarnos y abrazarnos.

Fue muy duro cumplir esa orden, yo en aquellos días miraba por la ventana y mis ojos derramaban alguna que otra lágrima viendo las calles vacías sin vida, y los parques precintados sin niños.

Al estar tantos días en casa con la familia se discutía por la menor cosa sin importancia, pero aun así éramos afortunados, porque en esos días había familias que no podían estar con sus seres queridos enfermos, ni tan siquiera darles su último adiós.

Lo positivo de todo fue que todos unidos vencimos al que se creía el rey de todos los virus, y esos días comprendí que si le diéramos más valor a todo ser viviente del planeta seriamos más felices.

Y cuando salí a la calle, todos los besos y abrazos que había acumulado los fui repartiendo entre familiares y amigos, y todos juntos fuimos a tomar ese café prometido en el encierro, en la misma cafetería de siempre, el mismo café de siempre, que tenía un sabor especial.

Pero eso pasó hace muchos años, ahora se vive de otra manera, las tecnologías son cada vez más inteligentes, los hospitales tienen los últimos avances, existen gafas para ver el mundo en directo, hay lista de espera para viajar a la luna, drones que vuelan vigilando calles, robots de compañía en las residencias de ancianos y coches fantásticos para quien se los pueda pagar.

Estoy tan metida contándole la historia a mi nieto que no me percato de la cara con que me está escuchando, quizás no me he dado cuenta de que no es una historia para contársela a un niño de 11 años y de pronto me mira y dice: «abuela, yo cuando sea mayor quiero ser un héroe como los de la historia», a lo que yo le respondo: «mi niño, un héroe de esos fue tu padre».

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