La residencia

Colectivo La Alhóndiga-Sector III

© De los textos:
Rosa María Cordero, Mercedes León, Olga Luján, Milagros Saenz de Miera y Ángela Villalba, 2021,
miembros de los talleres de escritura creativa La Alhóndiga y Sector III,
dirigidos por Ángeles González y Mercedes Almorox
Relato construido a partir de trabajos de los participantes
© de esta edición digital:
Líbere Letras, 2021
Asociación Líbere, Educación y Desarrollo,
bajo licencia CC-BY-NC-SA
© de la imagen:
Charo Toledano, 2021
Diseño web:
Eduardo Gayo López


Contemplar un día más es el objetivo. No se trata de pasar el tiempo, sino de resistir y, para ello, es fundamental hacerlo con ánimo. Mandaron llamar a varios especialistas que se afanan en proporcionarle cuidados y, por supuesto, ahí está el sol. Entre todos ayudarán a que mi rosa continúe a mi lado.

El confinamiento la pone muy nerviosa. A toda costa quiere salir de su diminuto cuarto haciendo oídos sordos a todo lo que cuentan sobre ese virus y, aprovechando un descuido del personal, sale a la calle a encontrarse con su hija, pero sus piernas cansadas la obligan a volver y, desorientada, entra en la habitación de su amiga y compañera del centro, Tina, y ve que se encuentra muy grave… Una de las cuidadoras, muy enfadada al verla, la acompaña de inmediato a su habitación. Horas más tarde recibe su hija una triste noticia de la residencia: su madre está muy enferma y va camino del hospital. Y a mí tan solo me dejan despedirme mandándole un beso en el aire a través de los cristales de una ventana…

Los días transcurren lentamente. Echo en falta la intimidad de mi casa y el calor de mi gente, y espero con ansiedad los escasos minutos que paso en el jardín. Son contadas las visitas que recibo, y aun así, me he contagiado con ese mortífero virus del que hablan en las noticias. Desde entonces me veo obligado a un doble confinamiento, recluido en la habitación más alejada y sin el menor contacto con el resto de residentes. Mi ansiedad aumenta día a día, tanta soledad me está volviendo loco y lloro continuamente. La fiebre y la falta de movimiento van mermando mis fuerzas y, entre alucinaciones, veo muy de cerca la muerte.

Y es entonces cuando aparece la luz, cuando nuestras esperanzas se habían perdido entre el polvo y las telarañas de nuestras tragedias. Gracias a la luz quedan enterradas en los rincones y abrimos nuestras puertas para ver aguas limpias bañar nuestro corazón. Está amaneciendo, el sol empieza a brillar y la vida comienza de nuevo. La tristeza desapareció. El mundo se inunda de esperanza.

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